Mi
caravana se desplaza casi cincuenta años hacia delante para enlazar
el estruendo provocado por aquel portazo de Dylan una noche del
verano de Big Pink con el eco de confusión originado por su largo
silencio de hace unas semanas tras la concesión del Nobel de
Literatura. Aquel ruido y este sigilo lleno de resonancias provocan
ahora en mi ánimo secuelas similares como modos antagónicos de
elocuencia. Quedan separados por la reverberación y por las décadas,
pero fueron contiguos en el desenlace -prologado también por el
silencio- de aquella escena de una apuesta bíblica propiciada por un
desconocido con voz polvorienta. Esto es lo que recuerdo de ella:
Tras
aceptar el desafío con una respuesta lacónica, Dylan había
desaparecido en la casa dejando tras de sí el eco de un gesto airado
que suscitó algunos comentarios en voz baja entre los grupos más
cercanos a la entrada trasera. Enseguida reapareció ante ella, su
figura esculpida en un silencio que retumbó en el aire haciendo
enmudecer a todo el mundo. Estrépito, eco y luego nada, capítulos
sucesivos en la particular retórica dylaniana -aquella noche de
julio del 67 y éstas otras del otoño de 2016-: “A
veces, el silencio puede ser como el trueno.”
De
pie ante la puerta, sus ojos mudos me buscaron entre la gente que ya
comenzaba a apartarse hacia zonas menos iluminadas. Yo me acerqué
con un gesto que imitaba una media sonrisa, los hombros encogidos y
las manos abiertas. Él levantó las suyas: en la izquierda llevaba
dos trozos de papel, un bolígrafo y un lápiz; en la derecha, una
mandolina que dejó apoyada en el marco de la puerta. Su silencio
prolongaba un tiempo en el que yo sentí, con un escalofrío, que
Dylan estaba mirando a través de mí. La respiración se me
entrecortaba, pero conseguí callarme hasta que le escuché decir:
-
Apostemos, Nar. La cita era del Libro
de Isaías,
en eso estamos de acuerdo, pero me cuesta suponer que conozcas la
Biblia mejor que yo, y sobre todo no entiendo por qué tenías que
contradecirme ante toda esta gente. ¿Pretendías ganar un aplauso,
una medalla, la Super
Bowl
de la inconveniencia, quizá?
-
No me dedico a coleccionar trofeos. La verdad es que no tenía
intención de …
Dylan
me interrumpió, levantando la voz y ladeando la cabeza con gesto
desafiante:
-
La ausencia de intención no exime de sus consecuencias, Nar, y ese
tío de negro que está junto al fuego ha lanzado un guante que vas a
tener que recoger.
Vino
hacia mí y, con gesto brusco, me tendió el bolígrafo y uno de los
dos trozos de papel, sin darme opción ni a rehusar ni a elegir.
-
Haremos una apuesta a ciegas. Vamos a escribir lo que queremos del
otro en caso de ganar, sin tener en cuenta si habrá o no
proporcionalidad en lo elegido. ¿Te queda claro? Nos vemos dentro de
un rato.
Luego
se dio la vuelta y se dirigió a la entrada delantera de Big Pink,
ante la que había dejado aparcado su coche. Su silueta, al alejarse,
volvía a quedar esculpida en silencio. Un trozo de papel enrollado
colgaba de su mano izquierda: un edicto todavía en blanco.
Casi
cincuenta años después, mientras escribo estos apuntes ante la caja
grande y redonda que acabaría por ser mi trofeo en aquella apuesta,
presiento un recuerdo del futuro: otro papel, esta vez orlado con un
galardón. Quizá más silencio.