- Primero entra por la ventana como un
soplo de viento, casi no te das cuenta hasta que te alborota el pelo.
Entonces levantas la cabeza del teclado y ves tu reflejo en el
cristal, te miras e intentas componer un amago de sonrisa. Coges un
lápiz y observas tus dedos rodeándolo, le vas dando vueltas
intentando entender cómo ese viento incide en tu interior. Escribes
palabras sueltas, claves de acordes aéreos -o eso es lo que crees,
quizá sólo lo que pensarás más tarde...-. Desde el sótano suben
las notas del bajo de Rick mezcladas con armonías recién inventadas
por Garth y con la risa de Dylan. Intentas atraparlo todo: ese aire,
la ventana abierta, tu reflejo y lo casual de unos sonidos y una
alegría libres de propósito, empastarlos con esa melodía que
llevas persiguiendo durante todo el verano... Y entonces el viento
cierra de golpe la ventana, y te asusta, y el lápiz cae a tus pies.
Cuando levantas de nuevo la cabeza, sabes que todo eso tendrá que
ver con una canción que hable de lágrimas... Y compruebas que ya se
ha ido.
Richard me lo cuenta sentado ante el
volante de mi caravana, mirando por el parabrisas como si condujera
entre la nieve. Cuando voy a preguntarle por esa ausencia, él pone
fin a su relato con tres palabras tristes y cortas, una despedida
extemporánea que musita mientras enciende un cigarro:
- Feliz Navidad, Nar.
Estamos en pleno agosto, y él me sonríe como si supiera que ya no viviremos en Big Pink al
acabar el año, porque para entonces el milagro del sótano también
habrá terminado.
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