La luz del sol espejea en el interior
de mi caravana y me va despertando de un sueño de libros y ballenas
sobre fondo de piano. Anoche me dormí mirando la caja, sin atreverme
a abrirla. Aquí sigue, a mis pies, redonda y cerrada como una
pregunta perfecta. Sin llegar a formularla, la respuesta resuena en
el interior de mi cabeza: “Has deseado algo cuyo contenido ignoras,
Nar”.
Preparo café y coloco la caja sobre
la mesa. Me doy cuenta de que la vacuidad de mi deseo ha concretado
su cumplimiento en una amenaza: “Está vivo, y muerde”, me había
advertido Dylan. Su rabia al perder la apuesta se asemejaba en algo a
mi desconcierto, multiplicado ahora por su eco y por cada uno de los
minutos que van transcurriendo sin lograr infundirme el ánimo
indispensable para asumir el desenlace.
Me fumo el sexto cigarro y acaricio la
tapa redonda antes de levantarla. Al hacerlo, veo mi imagen reflejada
en su espejo interior y, en el vientre circular, una chistera. Negra,
usada, boca arriba. “Eres más inocente de lo que pensaba”, me
había dicho Dylan. “¿Qué esperabas, idiota?”, añadiría ahora
ante la perplejidad muda de mi constatación.
- ¿Se puede?
La risueña voz de Rick llamando a la
puerta de la caravana viene a sacarme del ensimismamiento. En un acto
reflejo, cierro la caja antes de contestar.
- Pasa.
- Buenos días, Nar. ¿Te apetece
entrar a desayunar con nosotros? Garth ha preparado un montón de
cosas para que nos repongamos del resacón. ¡Vaya nochecita, joder!
- ¡Y que lo digas...! No sé, ya he tomado un par
de cafés y no tengo nada de hambre, pero gracias igual por...
Rick interrumpe mi frase, acercándose
con una carcajada.
- ¡Qué tenemos aquí! ¡La caja de
la discordia! Menudo mosqueo se cogió Dylan cuando...
- ¡No la abras! -me escucho decir con
voz despótica.
- Vale, vale, no te pongas así…
Además ya sé lo que contiene esa sombrerera, la he abierto cien
veces.
- ¿Cómo has dicho?
- Som-bre-re-ra. ¿Por qué pones esa
cara?
- Nada... Había entendido otra cosa.
Olvídalo.
Rick me mira desde muy cerca durante
unos segundos, y luego sonríe y saca de uno de los bolsillos de su
pantalón una hoja arrugada y partida en dos.
- Venía también a traerte esto, he
pensado que te gustaría tenerlo. Fue un marronazo tener que hacerme
cargo de vuestros deseos, ¿sabes? -dice mientras va desplegando los
papeles.
Enseguida reconozco la hoja en la que
Dylan había escrito lo que quería recibir de mí en caso de ganar
la apuesta. Antes de pensarlo, estoy arrancando sus dos fragmentos de
la mano de Rick. Luego los meto en mi caja, que ahora ya tiene un
nombre como el de cualquiera: unas cuantas letras en un salvoconducto
para el territorio de lo racional, pienso mientras lo despido.
-Gracias, tío. Y ahora vete, por
favor.
Rick baja la cabeza y, dándome la
espalda, dice en voz baja:
- Me imagino que te jode bastante
haber cabreado tanto a Dylan y a lo mejor no poder volver a pisar el
sótano, total para ganarle una caja vieja con un sombrero dentro...
Bueno, ahora ya la tienes, y además estos papelorios. Léelos y
llora, como decimos jugando al póker. Y luego mejor lo tiras todo,
lo que ha pasado te seguirá jodiendo igual. Cuando algo duele mucho,
Nar, da lo mismo lo que hagas: no hay diferencia.
Cuando Rick se marcha, cojo la
sombrerera y me siento en las escaleras de la caravana colocándola a
mi izquierda. Enciendo un cigarro. Luego la abro. Me pongo la
chistera, y al final leo esa única palabra que Dylan escribió para
concretar su deseo y a la vez aplacar su furia. Seis letras, seis
cuerdas que estuvo tocando para mí aquí mismo, hace sólo unos
días:
Ibanez