Lo que habría de venir
ya
ha llegado.
En esas diez palabras que Dylan dejó
anotadas en su cuaderno aquel primer martes de abril del 67 quedaba
formulada una intuición cuyas esquinas se han ido redondeando con el
paso de los años.
Ahora, diecisiete mil trescientos ochenta
días después, en una fecha capicúa de cuatros y de unos, una
colección de ciento treinta y ocho canciones nos alcanza como una
bandada de aves de otro mundo que iniciaron su vuelo ajenas al
destino, a cualquier meta. Algunas se quedaron por el camino, otras
quizá lleguen más tarde.
De una en una, brillan; todas juntas,
resplandecen.
Desde la ausencia de propósito, Dylan
presagió que esa alegría de canciones interpretadas en corro, aquel
ambiente de camaradas y bosques ajenos al aplauso y a la prisa darían
también frutos futuros.
Como sus sueños y los míos.
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