miércoles, 15 de octubre de 2014

Presente (I)



   


Nunca he vuelto a tenerlo tan cerca, nunca más conseguí hablar con él. Cuando publiqué el primer volumen de la biografía, uno de sus agentes me hizo saber que no le había desagradado, sin más. Esa escena de adiós en la parte de atrás de aquella casa rosa que acogió el mayor milagro del verano del 67 me ha acompañado durante toda mi vida como parte de la película de un sueño, como el sueño de una película que se cierra con una despedida perfecta. Había estado dándole vueltas a esa idea durante alguna de las noches en vela pasadas en la caravana, a veces hablando con Richard y a veces escribiendo historias brevísimas sobre distintas facetas del adiós -desde la desaparición hasta la ausencia, pasando por el olvido y aledaños- sin lograr más que anotar un repertorio exiguo de despedidas incompletas que iría ampliando con el paso de los años y -entonces no podía aún saberlo- la tenacidad de las pérdidas.

La manera que él eligió aquella mañana para saludarme al marchar mostraba que sí cabía la perfección en el acto de alejarse, y en un doble sentido: porque habría de ser definitivo y porque su despedida, cerrando aquella película onírica, había puesto en mis manos un regalo que me abría la puerta a inventar otra, otras, y yo sabría qué hacer con él -había dicho-.

Dylan estaba seguro.


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