Estoy escribiendo al sol, sobre la
mesa que he colocado delante de la caravana. Intento terminar un
artículo sobre el festival de Monterey: se acerca la fecha y todo el
mundo especula sobre presencias y ausencias, previsiones de público
y rumores varios, y la revista para la que trabajo me urge a entregar
un texto que desvele todo lo posible al respecto. Haré lo que pueda;
y si todo va bien por aquí, en Big Pink, quizá vuelva a cruzar el
país una vez más en esta caravana para llegar a California a
mediados de junio. Sería estupendo reencontrar a Janis allí.
Levanto la vista de los papeles y
veo llegar a Richard y a Garth cargados con paquetes y quinientas
bolsas. Me saludan cuando ya vienen subiendo la pequeña cuesta que
conduce a la entrada de la casa.
- Hola, Nar. ¿En qué andas?
-pregunta Garth, casi sin resuello.
- Aquí, escribiendo. Aunque debería
hacer como vosotros y bajar a la compra, porque me he quedado hasta
sin café... -contesto apresuradamente, sin saber bien qué decir.
- ¡Pues, si quieres, ven y pilla
del nuestro, hemos traído un par de kilos! -grita Richard, mientras
se pelea con los paquetes intentando abrir la puerta.
- ¡No me lo digas dos veces!
-respondo levantándome de un respingo.
Les sigo al interior de la casa. Es
la primera vez que entro, y noto que me tiemblan las piernas. Van
dejando la carga repartida por el cuarto de estar, sobre los sofás y
encima de la mesa situada ante el gran ventanal que mira hacia el
bosque. Me llama la atención verla cubierta de papeles de diversos
colores -algunos con notas manuscritas, otros mecanografiados-, entre
ceniceros llenos y vacíos y unas cuantas armónicas, una de ellas
dentro de su funda: un collage
bajo el que imagino la firma de Dylan.
-
¡Joder, cuántas cosas! Las botellas se pueden quedar por aquí, la
comida mejor la ponemos en la cocina -propone Richard.
Les ayudo a llevar hasta allí
algunas bolsas, y por el camino voy anotando mentalmente detalles del
interior: un perchero lleno de chaquetas, pañuelos y sombreros;
guitarras y botas esparcidas por el suelo; espejos y dibujos de
diferentes tamaños colgados en las paredes del pasillo, en el que
veo varias puertas, alguna de ellas abierta. Ya en la cocina, lo
primero que me sorprende es la sensación de „pulcritud“ -al
tiempo que me choca que se me haya ocurrido pensar en una palabra tan
rebuscada-.
Quizá por eso hago un comentario idiota:
-
¡Ni un plato sucio! Tendríais que ver el fregadero de mi
caravana... ¿Cómo lo hacéis, siendo tantos?
-
Bueno, yo me ocupo de eso -murmura Garth, mientras va metiendo
algunos cartones de leche en la nevera.
- Y
los demás colaboramos en lo que podemos para que esta cocina no
parezca un puto quirófano, ¿a que sí, tío? -dice Richard, con una
carcajada.
-
Cada uno aporta lo suyo -apuntilla Garth, mientras se marcha.
Nos
hemos quedado solos, y Richard me ofrece una cerveza mezclada con un
bourbon y con una pregunta indirecta:
-
Rick nos ha comentado que te gustaría bajar alguna tarde al sótano
a oírnos tocar.
-
Bueno, lo dejé caer por si colaba, y él propuso preguntaros qué os
parece la idea...
- Y
lo ha hecho, creo que a él le mola. Yo también dije que vale -casi
no te conozco, pero me caes bien-. Robbie se calló, y Garth no
estaba. Dylan hizo dos o tres preguntas al respecto, y luego cambió
de tema, ya sabes...
- O sea, que...
- O
sea, que aunque Big Pink no es exactamente una república
democrática, las decisiones las solemos tomar en común, de manera
que habrá que tener calma. Esto se va moviendo cada día, ¿sabes?,
cada vez nos lo pasamos mejor, y no sé si todos están dispuestos a
compartir eso con el pájaro raro que tenemos anidando en una
caravana de la hostia aparcada detrás de la casa.
-
Bueno, a veces los pájaros raros acaban volando todos en la misma
dirección. Y ya que hablamos de lo raro..., ¿te puedo preguntar una
cosa?
-
Dispara.
-
¿Qué es eso que llevas colgado al cuello? Se parece mucho a esto
mío, mira...
-
Mmm... Mejor lo hablamos otro día.
-
Vale, ya lo pillo. Me voy.
Apuro
el bourbon y salgo de la cocina. Él se queda terminando el suyo. Al
recorrer el pasillo hacia la salida,
me detengo ante la puerta que lleva al sótano. Está entreabierta.
Veo una escalera descendente bastante empinada, algo de luz al
fondo. No sé cuánto tiempo he pasado mirando aquello cuando escucho
la voz de Richard, a mi derecha:
- Estamos calentando motores, Nar.
Tendrás que esperar, pero valdrá la pena.
Seguro que sí. Estoy esperando.